jueves, 17 de marzo de 2011

Desde mi café


Cruzó la calle apresurada, porque cambiaba el semáforo y ya iba tarde. Quería estar ahí antes de tiempo, prefería verle llegar desde el cristal con un café en la mano y un poco más calmada. El era puntual, siempre entraba a  18:30h y solo faltaban 10 minutos para verle aparecer. Era la tercera vez que le veía, siempre en el mismo café, y a la misma hora.
Pidió al camarero una taza de café descafeinado con sacarina, ya estaba lo suficientemente nerviosa como para tomarse un café a esa hora de la tarde y antes de la cita. Pidió, además, unas galletas y se sentó en la esquina de aquella cafetería, que esa tarde, estaba especialmente vacía. Se sentó despacio para no arrugarse el vestido, cruzo las piernas de manera sensual y encendió un cigarrillo, miró a través del ventanal y dio la primera calada que daba lugar a la espera.
Adriana, era una chica baja de estatura, con el pelo corto y bastante delgada. Tenía unas formas muy bien definidas, unos pechos bien proporcionados con el ancho de sus caderas y un andar sensual que apareció ya siendo una adolescente. Siempre fue una niña alegre y de muchos amigos, casi todos hombres; por eso no se explicaba porque aquel, especialmente aquel, al que ahora esperaba tomando un café le ponía tan nerviosa.
Cuando ya estaba terminando el cigarrillo, tomo la decisión de decirle en cuanto entrara por la puerta lo que había meditado, pensado y razonado tantas veces después de verle la primera vez. Estaba convencida que aquel era el día perfecto y con un poquito de ayuda de su dudoso valor, diría por fin, lo que tanto deseaba confesarle. Sin querer pensarlo una vez más, dio un sorbo al café que ya había bajado más de la mitad y volvió la cara al cristal para verle aparecer doblando la esquina del restaurante por donde, minutos antes, ella había cruzado.
En un cortísimo minuto, Adriana vio cambiar su vida. Justo cuando él cruzaba la calle, cambiaba la luz del semáforo y un coche color berenjena pisaba el acelerador con fuerza. Le golpeó en todo el costado y ella con horror vio como le lanzaba varios metros lejos de la esquina. Se levantó como un exhalación, dejó su bolso y se despojo de sus tacones para poder correr hacia donde estaba tumbado, sin pensarlo cruzó la calle ahora paralizada por el terrible accidente y se abalanzó sobre el cuerpo sangrante, inerte, sin fuerzas.
Había transcurrido solo una semana desde que lo encontró el detective, una semana en la que él no supo quien era ella, ni tampoco que le esperó cada tarde alterna desde el Lunes pasado.
Hoy Adriana pensaba decirle toda la verdad. Se había comprado un vestido y unos zapatos a juego para la ocasión. No podía ser verdad lo que estaba viviendo, el destino no podía ser tan cruel.
Al llegar a su lado,  jadeante, se encontró sin fuerzas y cayó despojada de toda esperanza, a su lado. Los ojos de aquel hombre le miraban casi idos, casi muertos, ya sin luz. Adriana lloró, le abrazó, le pidió en un grito ahogado que no muriera y le dijo lo que había decidido esa mañana, mientras él ladeaba la cabeza y le clavaba los ojos, ya sin respirar.

No puedes morirte ahora....

Soy tu hija, papá!

1 comentario:

  1. La vida es un mensaje de lindos momentos, llevados dentro del alma, como espejo fiel de tus recuerdos. Malos y buenos , ellos son todo tu baúl, tu identidad. No arranques al susto su mejor prodigio, el de llevarte entre sueños, regalándote el sabio encuentro de ti misma.
    Las plantas envueltas entre tus persianas de primavera bañada, deciden gustosas su hermoso día, cosechando el encanto de tus cenizas, mientras das vueltas distraída, mirando el mundo desde tu piel. No alejes este instante en el que vives eterna, viva, ello es causa de muchos secretos por ti desconocidos.
    Encuentra en tu silencio el ser que escondes sin encontrarte, ello es fuente de amor eterno. Como las caricias, el abrazo, la verdad. .......Jorge

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