martes, 30 de octubre de 2012

A cualquier precio


 
Arrimándose a las costillas de Armando al menos podía sentir su respiración y calentarse. El cabrón parecía una oruga enrollada y quieta al lado del cuerpo huesudo de Isabel. La pobre mendigaba aquel calor como una migaja de pan.

Se comía las uñas mientras pensaba en el siguiente paso. Debía esperar a que los ronquidos llenaran las cuatro paredes y no dejaran lugar a la quietud, solo entonces Armando estaría dormido y ella libre de llevar a cabo su plan.

Al rato, dispuesta a terminar con todo de una vez, cogió el objeto plateado y brillante de debajo de la cama. Armando se revolvió con un ronquido como queja, pero se quedó dormido nuevamente.

Con un corte certero Isabel comenzó lo que sería otra etapa en su vida, tener un marido calvo.

Una vez que vio caer el primer mechón, su vida cambió.

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