lunes, 27 de febrero de 2012

Leche, papaya y sal

Nadie encendía la lámpara, sinceramente no lo esperaba. Estaba solo, era temprano aún.
 La oscuridad absoluta y terrible, sin pizca de resplandor a través de la rendija de la puerta, ni de la ventana. Eran las siete pasadas, el sol ya era historia.
Amancio reposaba en la cama, otra tarde más en la que esperaba la llegada de Miranda. Le dolía la cabeza y la cotidianeidad le tenía rabioso. No estaba contento con aquella vida tan vacía en la que esperaba a su amante todo el tiempo, cada día, desde hacía mes y medio.
Amancio conoció a Amanda en el puesto de fruta de la Calle de la Sal. En cuanto la vio supo que ella, era la sal, el condimento que, esperaba, pusiera algo de sabor a sus comidas. No solo a las que ella le haría, sino a su vida entera.
Últimamente no hacía más que darse paseos y leer en el parque, parecía un viejo aún con sus 45 años. – Quien te ha visto y quién te ve Amancio – se decía a si mismo constantemente. –Tú que fuiste cazador nato, ahora te dejas cazar, como si ya no te importara. -Ay la vejez, cuanto te ha cambiado.
Pero es que Amanda era Amanda, no alguien que pone trampas por el mero hecho de coger algo para comer, no señor. Aquel era un monumento por el que cualquiera se dejaría atrapar y hasta arrastrar hasta la mitad de un rio, aunque no supiera nadar.
Así la vio en aquella ocasión, tocando con ganas una “papaya” en aquella frutería abarrotada de colores y olores tropicales, gritos de pregón y sonido de monedas.
Unas semanas después le esperaba él, como cada tarde, o casi todas. Porque allí, la que mandaba era ella, le llevaba y le traía con aquel sabor que le ponía a sus besos, la voz más sensual para invitarle a bajar y el movimiento de amazona que le ponía a las caderas. No podía Amancio, llevar el mando y no quería. Lo que quería era dejarse manipular por aquella piel curtida que sabía a miel, a ron, a salsa apuntadita de sal, después del sudor de la contienda en aquella cama. Por eso se pasaba horas esperando a que apareciera, aunque le matara el aburrimiento de las horas muertas.
Justo entonces se oyó una llave girar en la puerta de entrada. Había llegado Amanda con el arma cargada, dispuesta a arrebatar la voluntad de su presa, solo con su presencia.
Amancio se incorporó y entonces ya no había aburrimiento, ni tedio, ni remordimiento. Ahora solo quería que le cocinaran a fuego lento.
Amancio quería arder…

4 comentarios:

  1. Oiga aquí no se entra por obligación, así que ya sabe...

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  2. Oye Ofelia que cosa mas bonita, me recuerda los cuenteros cubanos, esa forma autoctona de hablar de esos amores arrebatados. Lindo.
    Oye y eso en la mata esa son papayas???digo, fruta bombas...nunca habia visto un arbol de esos....
    un beso

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    1. Gracias Fermina, me alegra que te guste...:)

      Si, son papayas o sea frutabomba jejeje.

      Besitos.

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