El recuerdo de aquella silla es constante, esa que no
se ocupaba porque era su lugar, su sitio
preferido, la reservábamos para cuando estuviera.
Llegaba sudadita, fría por tanta humedad, y roja, con
aquella cara regordeta, gallega, con ojeras y unos ojos verdes preciosos, que
conservaban aún el encanto de sus años de juventud.
Hoy me he vuelto a sentar en su regazo, en aquel
sillón, su preferido. Hoy le he contado secretos del alma, tempranito en la
mañana después de correr por el parque. Me recosté en el césped exhausta
después de mi deporte y al cerrar los ojos la vi clarita, estaba conmigo.
¡Tan linda!
Nos quedamos quietas un rato, compartiendo las almas,
en silencio y me hizo saber que sin hablar me escuchaba. Me acarició el
cabello, porque el vientecillo se me colaba por debajo de la nuca, y en
realidad no había aire. Me dejé llevar por su quietud y su cálido amor.
Le conté todas mi penas, le lloré desesperada. Me
abrazó tan fuerte que me quedé un instante sin respirar, sin la noción del
tiempo, sin sonidos, solas ella y yo, sin otra existencia que la nuestra.
Así comenzó mi día, con la mejor compañía del mundo.
Ella está conmigo, siempre lo he sabido.
¿Que tienen las abuelas que son eternas?
(hoy después de 17 años, mi corazón aún late por ti)