Ha llegado a mis manos ahora. Recién sale de ese cuadrado frió y dorado, oscuro, al que llaman buzón de correos. Una carta de puño y letra que me hace diferente a muchos humanos, que ya no saben ni lo que es.
Y ese es precisamente el primer párrafo de la carta, textualmente.
-Mi querida hija, son las seis de la mañana y desde muy temprano, o tarde, según como se mire, estoy tentado a levantarme para escribirte. Ya se que esta vía es poco convencional en la actualidad, en que la tecnología ha copado toda actividad humana y todo lo que nos imaginemos al respecto, parece insuficiente; pero aquí estoy, bolígrafo y papel en mano para decirte si no todo, parte de mi día, de mis noches, de nuestra vida.
Y allá van a borbotones mis lágrimas por tanto que guarda este papel. Un olor, el de mi padre que es quien la escribe. Una caligrafía exquisita con palabras que reconfortan y me hacen llorar de amargura por la vida que me pierdo. Cuentos de un día a día que no es el mio y me suena tan lindo, aún, con las penas con que se vive.
En ella se toca el tema del ocaso, que llegará algún día y que ahora, sí me hace llorar porque estoy convencida que ese día, yo me vuelvo loca de dolor. Se habla de fuerza y no la cósmica. Siento un corrientazo que me sube por la mano y me agarra fuerte como lo haría mi padre, le siento a él y su amor infinito y desmedido, un abrazo con su olor acabado de afeitar, su calor.
Entonces aparece el adiós.
-Es todo amor lo que puedo darte y será insuficiente dicho con palabras.Nunca será bastante lo que te cuente, porque si pudiera, me iría en estas letras para abrazarte y volver. Mi vida es tu vida, hija querida. Es todo amor lo que puedo darte, justa medida del que me das.
Un beso, papi.