jueves, 16 de febrero de 2012

El desierto y una Alondra.

Foto extraida de "Fotonatura" de Jaime Garcia Puente.

Alondra miraba a su niña, la pequeña Dora. Dora iba y venía a su antojo en aquella casa tan grande y a su madre le traía siempre recuerdos de su propia niñez, tan diferente.
Alondra se cambió el nombre después de llegar a Inglaterra con 19 años. Su nombre era Madeleine, pero no le gustaba, había aprendido a odiarlo, aún sin proponérselo. Demasiado pronunciado por voces masculinas sin ningún sentimiento verdadero. Ahora, Alondra solo quería olvidar su pasado y su niñez, cada vez más presente en los ojos de su niña.
Dora pedía agua a su madre en la cocina, mirándole con aquellos ojos almendrados y brillantes, sonreía con aquellos dientes blancos, que emitían destellos como una luna llena. Y Alondra, servía aquel vaso con un cuidado, casi tan preciso como el corte de un cirujano. Alondra pensaba, dolorida, en las veces que se durmió sin beber agua porque las tormentas de arena del desierto no le había dejado ir a llenar las vasijas…

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